lunes, 14 de marzo de 2022

LAS VOCALES DE COLORES

LAS VOCALES DE COLORES
Perdonad que os hable de mí mismo. Hace días me sucedió una cosa extraña. Estaba después de comer en mi cuarto, cuando me llamaron desde el gabinete en donde se encontraban mi madre, mi hermana, mi hermano y dos amigos, uno estudiante de medicina y el otro teniente de ingenieros, los cuales responderían de la veracidad del hecho que voy a referir.
—Vamos a ver—me preguntó al entrar mi hermano de repente. —¿A ti de qué color se te representa la le­tra A?
—¿Cómo de qué color?
—Sí; ¿Qué color te viene a la imaginación cuando se pronuncia A?
—Pues así... una cosa clara..., algo blanco,
—¿Y la E?
—Amarillo.
—¿Y la I?
—Rojo.
Cuando dije esto, y lo dije no sé por qué con ver­dadera seguridad, se miraron unos a otros con asombro.
—¿Y la U? — Siguió preguntando mi hermano.
—Azul... o violeta.
—¿Y la O?
—Pardo... Obscuro... Una cosa así.
—Pues los tres hermanos habéis asignado a cuatro vocales los mismos colores—dijo el estudiante asom­brado. En la O tú has contestado pardo, tu hermana negro y tu hermano aceitunado. ¿Sera una coinciden­cia casual?
—Una sola no—replicó mi Hermano. Descartando la O, en que nos hemos aproximado en el tono, he­mos coincidido exactamente en cuatro letras; y admitiendo que, sólo podíamos elegir entre los siete co­lores del espectro, más el negro y el blanco, teníamos nueve colores para cada letra; en cuatro letras, 36. Escoger los tres la misma combinación entre 36 posibles, supone algo más que una casualidad.
La relación entre la vocal y el color, ¿existe? ¿Es para todos la misma?
El asunto no es nuevo; pero no por eso es menos desconocido.
¿No podrían nuestros escritores y nuestros fisiólo­gos decirnos algo de lo que saben y de lo que piensan acerca de esto?

Pío Baroja
en Revista Nueva (1899)

 

domingo, 13 de marzo de 2022

Los mártires de Quintuelles

 

La Esfera, 1914, BNE, Los mártires de Quintuelles, LOS MÁRTIRES DE QUINTUELLES A romería más sonada en Fabricia y sus contornos era la romería de los Santos Mártires de Quintueles. La capilla está enclavada en lo alto de un monte, allí, donde trepan las cabras, por senderos inviolados de pisada humana. El árgoma y el helecho ornamentaban aquella arquitectura salvaje, primitiva, sin huellas de civilización. Subir a la ermita en una florida tarde de junio, cuando el sol se desmayaba entre celajes áureos, era empresa tan tentadora para cualquier mozo o moza de aquellos andurriales, que se juzgarían indignos de habitar en aquellas breñas si un solo año faltasen a la romería. Era menester no tener en las venas pizca de sangre cantábrica, no haber bailado jamás el xirigüelo ni haber hecho corro en la danza prima, para no saborear el encanto de aquella romería perfumada de amor y de tomillo. A la mañanita, cuando ya el sol asomaba su cara burlona sobre el monte, sonaba la diana. y veíase al gaitero haciendo prodigios con su fuelle, muy fachendoso, hinchando los carrillos ornados de patillas muy cuidadas. Los cohetes estallaban en el cielo claro y cristalino de la mañana, que tenía una suavidad de inocencia. Luego era la procesión por los campos verdes, la procesión sonora y solemne, con sus dos filas de campesinos a los lados de la custodia, muy compenetrados de su papel, serios en sus burdos trajes de paño; detrás las mujerucas que silabeaban confusas jaculatorias latinas, entremezcladas de hipos, suspiros y balbuceos en bable: -Tantum ergo Sacramentum... ¡ay, Señor! ¡que guapín tá el campo y qué altos los maizos!... Dos sochantres, mal rasurados, destrozaban el Pange lingua con guturales y bárbaros ronquidos, que turbaban la quietud idílica de los campos. El tambor redoblaba con insistencia machacona; la gaita lloramigueaba de trecho en trecho como un chicuelo caprichoso, y un poco lejos, más allá de los montes de Caces, más allá de los valles de Miera, bramaba el mar, salvajemente, sinfónico... Sin sentir la poesía intensa de los campos, los aldeanos marchaban aprisa, sin compás, deseando terminar pronto sus deberes religiosos, para marchar a casa y comer la sabrosa sopa con tropiezos, la sopa grasienta y densísima que se pega al paladar como una golosina. Concluida la procesión, cuando ya era pasada la hora del mediodía, las casas de la aldea estaban invadidas de convidados que probaban el pote de la tierra y la dulcísima cuayada o nata de leche con azúcar. En uno de los años que pasé veraneando entre aquellos montes, tocóme comer ¡oh inmerecido honor! en casa de los primates del pueblo, los padres de aquellos Santos Mártires a quienes se veneraba en la ermita. Porque los mártires de Quintueles no eran mártires apócrifos; eran mártires auténticos, indígenas, que se habían codeado con todos los habitantes del lugar, que habían labrado la tierra entre otros mozos, que habían «sallado» el maíz y «arrendado» las patatas. Todos los habían conocido; Pinín y Maruja de Josefa Robés. Niños aún, dados a la devoción, habían profesado, la una en las Carmelitas de Allanedo, el otro en los Agustinos de Fabricia. Por verdadera vocación, habían pedido ir a evangelizar infieles y allá habían ido, al lejano y fabuloso Tonkín, donde estaba de vicario apostólico el tosco y burdo aldeano de Miera, fray Ramón Valdés, que tanto había deleitado con sus predicaciones a las devotas de Fabricia, cuando era recién ordenado. Consiguieron los dos hermanos su deseo piadoso y allá se fueron al Tonkín, como Teresa de Cepeda quería haber ido con su hermano al África. Ramón Valdés, tan campechanote, tan amigo de fumar buenos habanos, con una cara risueña que alejaba toda expectativa de martirio, ni siquiera de espiritual mortificación, los recibió con su habitual humorismo: - ¡Ay, rapaces! ¿Vosotras creéis que esto es cazar robezos en los montes de Caces, que en cuanto se dispara cae una pieza? Aquí no vale que traigáis ganas de martirio como no haya indinos infieles que quieran remataros de un hachazo... Esta cuenta del martirio es como la cuenta de las mozucas solteras que, por mucho que quieran casarse, como no haya mozo que venga a buscarlas... Tuvieron suerte los dos hermanos de Quintueles y fueron bárbaramente degollados por unos infieles. El expediente de canonización despachose a toda prisa y la curia romana no encontró nada que oponer a las pretensiones santificantes de los de Quintueles. Cuando se comunicó la noticia a los padres, estaban arando la tierra y quedáronse tan impávidos, como Wamba cuando le fueron a avisar que se le proclamaba rey. Siguieron cabizbajos, encorvados sobre la tierra madre y nutriz, que tiene un seno amoroso y prosaico, que no deja levantar la mirada a espacios sidéreos. Continuaron arando la tierra un año, dos, tres, sin cesar nunca, sin dejarse deslumbrar por aquel honor-que no comprendían-de ser padres de dos mártires venerados en toda la cristiandad. Todos los años recibían idéntico homenaje de las personas que venían de afuera. - ¿Ustedes saben lo que tienen en casa, criaturas de Dios? .... No lo sabían, no, nunca lo supieron, ni querían saberlo. Les parecía todo aquello una broma pesada y anualmente repetida, como un Carnaval. Así me lo comunicaron con su franqueza de campesinos cuando les presenté mis cumplimientos por ser progenitores de los mártires. -No me comprenden ustedes? -dije con un aire de hombre superior. -¡Sus hijos, lumbreras de la iglesia, gloria y lustre de la cristiandad!... La madre callaba y comía en silencio su rico plato de cuayada. Por fin, me interrumpió: Calle, calle, señorín del alma... ¡Tanto hablar de los mártires!... ¡Nosotros también lo somos aquí morriendo cada día, laborando la tierra, perdiendo las cosechas y sacando cuatro cuartos para mal vivir… 
ANDRES GONZALEZ BLANCO 
La Esfera, 1914 La Esfera, 1914, BNE, Los mártires de Quintuelles,

viernes, 11 de marzo de 2022

Mister Flood's party

Mister Flood's party
Edwin Arlington Robinsón
Old Eben Flood, climbing alone one night
Over the hill between the town below
And the forsaken upland hermitage
That held as much as he should ever know
On earth again of home, paused warily.
The road was his with not a native near;
And Eben, having leisure, said aloud,
For no man else in Tilbury Town to hear: "Well, Mr. Flood, we have the harvest moon
Again, and we may not have many more;
The bird is on the wing, the poet says,
And you and I have said it here before.
Drink to the bird." He raised up to the light
The jug that he had gone so far to fill,
And answered huskily: "Well, Mr. Flood,
Since you propose it, I believe I will." Alone, as if enduring to the end
A valiant armor of scarred hopes outworn,
He stood there in the middle of the road
Like Roland's ghost winding a silent horn.
Below him, in the town among the trees,
Where friends of other days had honored him,
A phantom salutation of the dead
Rang thinly till old Eben's eyes were dim. Then, as a mother lays her sleeping child
Down tenderly, fearing it may awake,
He set the jug down slowly at his feet
With trembling care, knowing that most things break;

And only when assured that on firm earth
It stood, as the uncertain lives of men
Assuredly did not, he paced away,
And with his hand extended paused again: "Well, Mr. Flood, we have not met like this
In a long time; and many a change has come
To both of us, I fear, since last it was
We had a drop together. Welcome home!"
Convivially returning with himself,
Again he raised the jug up to the light;
And with an acquiescent quaver said:
"Well, Mr. Flood, if you insist, I might. "Only a very little, Mr. Flood—
For auld lang syne. No more, sir; that will do."
So, for the time, apparently it did,
And Eben evidently thought so too;
For soon amid the silver loneliness
Of night he lifted up his voice and sang,
Secure, with only two moons listening,
Until the whole harmonious landscape rang— "For auld lang syne." The weary throat gave out,
The last word wavered; and the song being done,
He raised again the jug regretfully
And shook his head, and was again alone.
There was not much that was ahead of him,
And there was nothing in the town below—
Where strangers would have shut the many doors
That many friends had opened long ago.

Bajó el cántaro lentamente a sus pies.
Con un cuidado tembloroso, sabiendo que la mayoría de las cosas se rompen;

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