Siempre recuerdo con agrado el episodio evangélico de los dos discípulos de Emaús cuando invitan a un desconocido a compartir mesa y velada porque se hacía de noche. Una vez descubierta la entidad del ser que les acompañaba y desaparecido éste, no importó que fuera de noche para salir corriendo hacia Jerusalén para ver a los asustados compañeros y añadirles algo más de presión... Si no de qué Tomás iba a dudar tanto.