Las “marzas” inauguran el año romano
MANUEL IRUSTA (Revista TIEMPO)
Del 1 al 7 de febrero
El día de las Luces o de las CandelasMANUEL IRUSTA (Revista TIEMPO)
El 2 se celebra la Candelaria bajo tres advocaciones. Una es la Fiesta de la Purificación, a los 40 días del parto porque la Virgen cumplió la ley del Levítico, que imponía a las mujeres no entrar en el templo durante cuarenta días después de parir si el hijo era varón y ochenta si era hembra. Se conoce también como Fiesta de las Candelas: los fieles portan velas, sin duda para cristianizar la costumbre de los romanos de iluminar estas noches con antorchas en honor de Februa, madre de Marte, o de ofrecer sacrificios al dios infernal Plutón; el Papa Inocencio asegura que las romanas celebraban a comienzos de febrero el día de las luces, es decir, la búsqueda de Proserpina, raptada por Plutón. También es la Fiesta del Encuentro, tal vez en referencia al encuentro de María con Simeón y Ana en los atrios del santuario. Por la Candelaria hay bendición de velas, usadas después como protección contra las tormentas y las enfermedades. El 3 se recuerda a San Blas, que por sus milagros es invocado como sanador de los males de la garganta. El 5 se celebra Santa Águeda, quien por los tormentos que sufrió y los milagros que produjo es protectora de Sicilia y se la invoca contra las erupciones volcánicas, el rayo, los incendios y los temblores de tierra. Es igualmente patrona de las nodrizas.
Pero luego se corrigió enseguida, y añadió que, como decía el otro guarda del pinar que estuvo antes que él, esta familia de las lechuzas y los búhos tenían una fidelidad a las iglesias como un perro a su amo; porque se decía que se bebían el aceite de la lámpara del Santísimo Sacramento, pero no debía de ser así, porque el caso era que se quedaban en las iglesias, cuando ya no había que encender ninguna lámpara de presencia o ausencia, y la gente ya no iba ni atendía el edificio para nada; y también en las iglesias medio caídas o caídas del todo, y lloviese, nevase o hiciera frío o calor. De modo que allí no había lámparas de aceite, pero esos bichos allí estaban con sus ojos como con gafas anchas de aros de oro, tranquilos y asombrados; y por algo sería esa querencia que tenían, y ya no tiene nadie en este mundo, más que ellos.